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Los 915 metros de Valtravieso

 

Texto: Rosa María González Lamas. Fotos: Bodegas Valtravieso y Viajes & Vinos (C)

 

Una de las tendencias que se han visto en los últimos años en la escena del vino portorricensis ha sido el regreso de marcas y bodegas que tuvieron una presencia otrora, pero que por motivos diversos dejaron de verse a pesar del respaldo que les brindaba el consumidor.

Entre las bodegas que forma parte de ese renovado club está Valtravieso, un emblema de la Ribera del Duero que inició sus vínculos con Puerto Rico a finales del siglo pasado, y tras una etapa con dos importadores hizo una pausa para regresar ahora con más fuerza, de la mano de Hill Brothers.

Decir Valtravieso es hablar casi de una travesura de vino. Valtravieso como el val-travieso que atraviesa el páramo. Primero, porque sus propietarios, como tantos más, empresarios de otro sector, decidieron diversificar sus negocios y apostar por el vino como proyecto complementario de negocios, quizás sin saber mucho de él, pero con la suerte de que al vino pareció haberles gustado ellos, haciéndoles la travesura de ubicarlos donde décadas después cobraría pleno sentido lo que en sus inicios parecía locura para muchos.

Así, quiso el azar que aterrizaran en Piñel de Arriba, en un páramo a 915 metros de altitud casi colindante con Burgos, donde en aquellos años ochenta que bautizaron a Valtravieso el proyecto de cultivo de la vid a tanta altitud parecía casi como una ejecutoria de alpinismo vinícola.

Los páramos en la ya de por sí elevada meseta castellana eran un altiplano con gran altura y poca vegetación, que sugerían un reto en el cultivo de la vid. Pero aquel terreno remoto tenía un ornamento especial que era un suelo calcáreo a notable elevación, lo que significaba un aporte de mayor acidez y frescura, vinos más finos y quizás algo diversos de los tintos más grasos y opulentos que regalaba la Ribera del Duero décadas atrás.

 

Para extraer la máxima expresión varietal de las vides, las parcelas se vinifican y envejecen por separado, asegurándose que el uso que hagan del roble no enmascare lo que transmiten la uva y el suelo. Por eso, Valtravieso juega con el tiempo y la madera, utilizando robles con más usos en los vinos que permanecerán más tiempo en contacto con ellas a fin de elaborar vinos con mayor elegancia y destaque de la fruta.

En tierra de Tempranillos, Tinto Finos para los ribereños, la bodega apuesta por los ensamblajes con variedades como la Cabernet Sauvignon o la Merlot en sus vinos, y también experimenta de manera cosmopolita con la españolísima Garnacha y la ya internacional Petit Verdot

En Valtravieso se elaboran vinos que llevan la impronta del terruño que los ve nacer junto con un estilo propio de la casa. Se buscan vinos con identidad propia, elegantes, verticales y profundos, donde la madera acompaña, pero no enmascara la personalidad de la uva, algo que se refleja de forma transparente en las distintas etiquetas que se incorporan al mercado puertorriqueño y que destacan precisamente por eso, por su fruta y por carácter abordable,  aunque los vinos en su hechura sean más complejos. Son, además, vinos muy gastronómicos y la excusa perfecta para profundizar en sus secretos es una opípara mesa de manjares exquisitos en versión tapa, un picoteo delicioso y armoniosamente valtraviesano.

Un despliegue de charcutería de cerdo ibérico de bellota y queso manchego, pulpo a la gallega y empanadillas rellenas de ropa vieja y de chapín fueron el hilván con los tempranillos ribereños que protagonizaron la copa y que confirman que estos tintos van tan bien con multitud de alternativas.

La primera una de fuera del páramo que cimenta las uvas de Valtravieso y donde la bodega cuenta con una parcela denominada Finca Santa María a unos 850 metros de altitud, y génesis de vino homónimo, el tinto más joven de la bodega y con calificación de envejecimiento “Roble”. Elaborado con cepas de unos 28 años de edad, como  otros de la casa apuesta por una ecuación de Tempranillo, Cabernet Sauvignon y Merlot, pero un aporte de roble nuevo, dada la más breve estancia en barrica del vino, ocho meses en roble francés y americano, con un pequeño porcentaje de barrica nueva y el resto de varios usos. En su añada 2022, el vino destaca por su abundante y jugosa fruta de baya, sutiles notas especiadas y, lo más importante, delicadeza y gran frescura, siendo una perfecta armonía para todos los manjares compartidos en la mesa.

Un tinto con un calificativo que llegó a estar casi en peligro de extinción, pues las bodegas de Ribera del Duero consideraban retirar el concepto “Roble” del vino que hace años comenzó a utilizarse para hacer referencia a los tintos con menor tiempo de contacto con la madera, algo a lo que se dio marcha atrás durante la pandemia del COVID por las buenas ventas que este concepto tenía en los supermercados y grandes superficies.

Siguiendo la senda más tradicional en lo que respecta a indicaciones de envejecimiento, el Valtravieso Crianza continúa con una ecuación de ensamblaje, que a las tres variedades anteriores añade algo también de blanco albillo, como ha sido costumbre en Ribera del Duero utilizar esta uva blanca para añadir algo de acidez.

En su añada 2020, el Valtravieso Crianza exuda finura desde la nariz y la altitud del páramo se hace evidente en la frescura en boca. Un vino bastante pulido, que en su elaboración ha jugado con las altitudes y exposiciones solares en la viña, utilizando levaduras autóctonas y un juego de barricas, 90% francesa y10% americana para terminar su afinamiento en botella.

El Reserva nutre sus uvas de la Finca La Atalaya, en el páramo en Piñel de Arriba a 915 metros de altitud y es un vino que mantiene un perfil clásico, complejo, profundo y elegante, siendo una referencia de edición limitada que procede de los terrenos más calizos de la finca, haciendo una selección de las parcelas con menores rendimientos. Un tinto que prosigue con la ecuación Tempranillo, Cabernet Sauvignon, en mayor proporción y Merlot, que en su añada 2019 revela un poco de evolución con tonos a almendra y nuez, con un fondo de fruta más madura, pero también notas especiadas en nariz y algún matiz cítrico. Las variedades, que promedian el cuarto de siglo, se vinifican por separado, culminando en unos 16 meses de crianza en barrica de roble francés y americano, con 16 meses adicionales de crianza en botella.

Ante la dicotomía de clasificar sus vinos por las clásicas categorías de envejecimiento o seguir un sendero de mayor libertad, Bodega Valtravieso apuesta por la convivencia de ambas fórmulas para los vinos que elabora. De este modo, sigue los criterios de Roble, Crianza y Reserva en algunas de sus propuestas, pero los del enólogo en otras, lo que convierte a la bodega en una que es leal a su origen, pero que no puede considerarse tan “clásica” dentro de lo que es la Ribera del Duero.

En esta última línea surgen los VT, uno de ensamblaje y otro monovarietal. El primero, el VT Vendimia Seleccionada, en su añada 2019 sigue la misma ecuación de tres uvas tintas pero con distintas proporciones y se siente más maduro en nariz. El vino destaca por su perfil muy fresco y redondo, en el que el alcohol está impecablemente integrado, con una sensación muy afrutada y mayor complejidad con notas tostadas lo que le hace óptimo acompañante para chuletillas de cordero.

Por su parte, el VT Tinto Fino es un monovarietal que procede de las zonas más calizas de las parcelas “La Cotarra Alta” y “Valdelobas” de la finca “La Revilla”, cuyos viñedos tienen una edad media de 25 años y bajos rendimientos. Se trata de un tinto expresivo, con carácter, potencia y elegancia, de producción limitada y gran potencial de guarda. El vino pasa unos 16 meses en barrica, 12 de ellos en roble francés de grano fino y gran volumen, jugando con dos o tres usos y algo de barrica nueva dependiendo de la añada, tras lo cual se afina durante cuatro meses más en fudre.

El cénit de la bodega es el Gran Valtravieso, un tinto con tanta sensación de origen como finura en su añada 2018, conjugando estructura y carácter, pureza frutal madura y recuerdos a cassis, grosella, y tonos de nuez, con un mineralidad donde lo que se percibe en boca es precisamente esa sensación de origen y variedad, más que las notas de su proceso de envejecimiento, teniendo este vino de producción limitada y un alto porcentaje alcohólico de 15.5% casi imperceptible, un gran potencial de guarda. El vino opta por no salir al mercado con categoría de envejecimiento Gran Reserva, aunque por tiempo lo es.

Aquí cambia la fórmula del vino para ensalzar a la tempranillo en solitario, cultivada en una parcela con más arcilla que las demás, pero siempre en el páramo a 915 metros de altitud. Las uvas de alrededor de un cuarto de siglo proceden de suelos calcáreos con vetas arcillosas, trabajándose las de estos últimos con algún raspón. Las de los calcáreos no se someten a extracción. Un vino con varios años de elaboración que en uno está en fudres de roble francés usado, otro en depósito de hormigón y tras ensamblarse al tercer año pasa a botella donde reposa un año más, saliendo al mercado únicamente al cuarto año, tras tres previos de envejecimiento, como un vino muy pulido, elegante y redondo. Algo interesante cuando se toma en cuenta que, como dice Noemí Sande, Gerente de Exportación de la bodega, en Ribera del Duero se está viendo una inclinación por las crianzas más breves.

Algo importante es también la conciencia de sostenibilidad de la bodega, que envasa sus vinos en botellas más ligeras.

Junto con la presencia sólida en Ribera del Duero, Valtravieso ha extendido sus tentáculos de vino hacia la DO Rueda, pero también hacia viñedos olvidados en otras zonas productoras de España, en los que ha hallado un nuevo oasis para expresar el amor por la tierra y el vino, con presencia en las denominaciones de origen Arlanza, Jumilla y Ribera del Júcar. En ellas nació el proyecto de los Viñedos Olvidados de Valtravieso, que persigue rescatar zonas de viña tradicional que requieren de cuidados especiales para abrillantar diamantes en una apuesta por las variedades autóctonas, algunas más desconocidas como la Cayetana Blanca, la Alarije o la Castellana Blanca, muchas de viñas muy viejas que ayudan a recuperar la memoria para expresar mejor la identidad de cada zona productora, con climas  suelos muy diferenciados, pero hilvanados por el espíritu y el savoir-faire de Valdivieso en su corazón ribereño.

Además de estos vinos, la bodega cuenta con una selección experimental limitada de elaboraciones fuera de serie como Manifiesto, con propuestas rompedoras como las de vinos naranja, un tinto pálido de Tempranillo o vinos blancos a partir de Albillo Mayor, como el que elabora en Ribera del Duero.

Bodega Valtravieso tiene una sólida presencia en España, destino de un 70% de su producción.

Este 2024 la bodega recibió un certificado de elaboración ecológica que se verá en los vinos que se elaboren a partir de esta vendimia. Además de ecológicos, los vinos de Valtravieso son veganos, aunque sin certificar, utilizando la bentonita, una especie de arcilla, como agente clarificante.

 

8 de septiembre de 2024. Todos los derechos reservados ©

 

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Allá compró la familia un conjunto de unas 80 hectáreas que pronto se puso a estudiar para conocer mejor cómo producir la uva con que hacer los vinos soñados. Luego llegó la bodega para hacerlos, y, por supuesto, la mano para ello, que hoy día la pone Ricardo Velasco, un enólogo valenciano que ha hecho de la Ribera del Duero su otro hogar.

 

Uvas y vinos

Los vinos del páramo de Valtravieso en Ribera del Duero nacen de un suelo calizo pobre y poco profundo a una altitud mayor que la del promedio de la región, con un clima extremo, vientos constantes y pluviometría escasa, lo que hace que la finca de Valdivieso tenga características únicas y diferenciadoras de otras zonas de Ribera del Duero.

En altura, como el nivel de los vinos, Valtravieso cuenta con una alfombra de suelos variopintos que incluyen lo calcáreo, lo arcilloso y mezclas de arena y caliza. Este rosario de elementos permite expresiones diferenciadas que van notándose también en los vinos, en los que el menos es más, cuidando sus viñedos de forma ecológica, con trabajo manual, sin herbicidas y pesticidas, seleccionando en la viña las mejores uvas de cada zona para que reflejen su personalidad e identidad en los vinos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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